Parlamentarismo.

Es muy habitual confundir el parlamentarismo con la democracia, pero no son elementos sinónimos, son dos conceptos que no van de la mano aunque nos hayan hecho pensar que sí. La democracia es un sistema que permite estructurar la administración del poder, una mera forma de organización social muy notoria por su lema "el gobierno del pueblo", pero ese lema simplemente se reduce al cómputo estadístico de votos depositados en una urna por ciudadanos que lo único que tienen en común es que residen en el mismo territorio y se ven en el deber de "decidir" sobre lo que quieren para su futuro, una deliberación que debe ser tomada mediante la coacción que ejerce la norma social de "decide en función de aquello que te vaya a reportar mayores beneficios y menos costes" dicha norma es impulsada por los partidos políticos; esas organizaciones que defienden y representan al pueblo porque se preocupan por ellos y por su mayor bienestar, quieren sobre todo tener personas felices bajo el yugo de su mando. En la discusión política de estos partidos no hay ninguna oportunidad para el parlamentarismo, que es en lo que se debería sostener un verdadero Estado de Derecho, en esas discusiones tan largas, extensas, enrevesadas y aburridas que se mantienen en las sesiones del Parlamento para lo único que hay espacio es para controversias económicas sin más, vale, entre tanto pueden concederte algún que otro derecho social, subir el salario mínimo o devolver a la educación su características mas esencial, pero no hay un rincón para el diálogo que es donde se acuesta el Parlamento. El debate ideológico es una condición necesaria para que tenga lugar el parlamentarismo, expresar la opinión mediante el voto una vez cada cuatro años no es ser ciudadano, es ser una copia irrisoria del algo ni parecido a lo que es un ciudadano. Es cierto que, en el paradigma actual al sistemas que permiten promover la participación ciudadana y la legislativa popular, pero si a estas iniciativas se las decapita de manera constante simplemente se dedican a caer en papel mojado. Mientras los intereses de unos pocos tengan una mayor supremacía que el bien común y no se de lugar al debate intelectual nuestro destino está más bien truncado por unas ansias terribles de querer tocar con la palma de la mano un inminente fracaso. Si uno ya no sabe ni qué es la democracia cómo es posible que se queje de que no exista, uno no puede añorar algo que ni de lejos conoce. Uno puede crear ilusiones y fantasear con ellas, pero no conseguirá un Estado efectivo y legítimo porque simplemente uno deja de saber lo que hace cuando hace lo que hace: yo me puedo quejar de que España no tenga una democracia real y que sólo exista una dictadura económica, puedo hacerlo con toda la indignación de mi alma, pero es que a lo mejor debería indignarme porque la dictadura económica ahoga al parlamento y lo convierte en un chiste sin gracia.

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